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La leyenda de la Llorona de Cholguahue
Mis abuelos vivían en Los Ángeles, Región del Biobío, en un sector campestre conocido como Cholguahue, y todos los veranos íbamos con mis padres a visitarlos durante las vacaciones. Era un sector con muchos árboles y tenían un río que atravesaba el terreno, lo que era perfecto para jugar y bañarse en los días de calor. Cuando iba, mis abuelos siempre me recibían con los brazos abiertos, después de todo, yo era su único nieto, así que me consentían bastante. La última vez que los vi fue en un verano cuando tenía ocho años.
Como siempre, mis padres y yo viajamos en avión desde Santiago rumbo hacia Concepción a la casa de su hermano y luego en un vehículo que él nos facilitaba hasta la casa de mis abuelos en Los Ángeles. Cuando llegamos, se pusieron felices de verme y me llenaron de regalos. Mis padres querían pasar un tiempo a solas, así que después de unos días partieron en un viaje hacia Pucón, dejándome con el abuelo y la abuela.
Un día, estaba jugando afuera de la casa con los perros mientras mis abuelos estaban dentro. Era una mañana calurosa de verano y me recosté debajo de un manzano para descansar. Miraba las nubes y sentía los rayos de sol golpeando la tierra, acompañados por una suave brisa. Cuando estaba a punto de levantarme, oí un extraño sonido.
"Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ..."
No sabía que era y más difícil aún saber de dónde venía, en el caso de que alguien estuviera haciendo ese sonido. Era como si hablara "Mo ... Mo ... Mo ..." todo el tiempo, sin parar, con una voz lastimosa y ronca.
Miré alrededor, buscando el origen del ruido; de pronto logré percibir algo detrás de los arbustos que rodeaban el río. Era una chupalla, un sombrero de paja. No estaba colgado de una rama, sino detrás, y era de allí que el sonido parecía venir.
"Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ..."
Entonces el sombrero comenzó a moverse, como si el que lo portaba estuviera caminando. El sombrero se detuvo justo antes del último arbusto, al otro lado del río y apenas pude divisar lo que parecía ser un rostro mirándome. Era como el de una mujer anciana, pero no era posible; los arbustos eran altos, rondaban los dos metros más o menos. Las ramas impedían ver con claridad quien era.
Me sorprendió darme cuenta de la altura de ella, considerando la estatura promedio de las mujeres que vivían en el sector. Me pregunté si usaba algún tipo de zanco o algo similar. Entonces, de la nada hizo un ruido y luego se distanció y el extraño ruido se comenzó a disipar junto con ella, desapareciendo de mi vista a medida que se alejaba.
Extrañado, me levanté y caminé hacia la casa, ya era la hora del almuerzo. Mis abuelos estaban preparando la mesa así que me senté y después de un rato, cuando ya había terminado de comer, les conté como anécdota lo que había visto. Ellos no me estaban prestando mucha atención, hasta que mencioné el extraño sonido.
"Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ..."
Después de decir eso, me miraron y al instante se quedaron estupefactos. Los ojos de mi abuela comenzaron a abrirse como en una situación de pánico mientras cubría su boca con sus manos. El rostro de mi abuelo se puso muy serio y me agarró los brazos.
"Mijo, es muy importante, necesito saber..." me dijo, en una voz intensa. "Qué tan alta era?".
"Era como los arbolitos que tiene afuera," respondí asustado.
Mi abuelo comenzó a bombardearme con preguntas. "¿Dónde estaba?", "¿Cuándo sucedió esto?", "¿Qué hiciste?", "¿Te vio?". Traté de responder a todas las preguntas lo mejor que pude.
Entonces se levantó de la mesa, corrió hacia la sala de estar, tomó su teléfono e hizo una llamada mientras miraba el río por la ventana. No pude oír si estaba alegando por la mala cobertura de la señal telefónica o simplemente porque no contestaban el llamado. Miré a mi abuela, estaba temblando.
Mi abuelo volvió a la cocina y habló con mi abuela.
"Necesito salir un rato" dijo él. "Te quedas aquí con el niño. No le quites los ojos de encima en ningún momento".
"Abuelo, ¿qué pasa ?!" Hablé con voz temblorosa.
Él me miró con un aire de tristeza y preocupación en sus ojos y dijo, "Le gustaste a esa condená…".
Con eso, mi abuelo partió corriendo hacia su camioneta y rápidamente salió de allí. Miré a mi abuela y le pregunté con cautela, "¿quién es esa «condená» a la que se refiere?".
"No se preocupe, mijo", respondió con la voz temblorosa. "El abuelo se va a encargar de eso. No necesita preocuparse".
Mientras permanecíamos sentados y nerviosos en la cocina, esperando que mi abuelo regresara, ella me explicó lo que estaba pasando. Me dijo que había algo peligroso que frecuentaba el área. En el sector la conocían como “la Llorona".
Este espíritu toma la apariencia de una mujer extremadamente alta y hace un sonido característico: "Mo ... Mo ... Mo ..." en una voz ronca y lastimosa, como de pena. La apariencia varía un poco dependiendo de quien lo ve. Algunos dicen que parece una anciana en un vestido largo, mientras que otros dicen que parece una chica vestida en un traje fúnebre blanco. Pero algo que nunca cambia es su altura y el sonido que hace.
Hace mucho tiempo, ese espíritu fue capturado por unas “curanderas”, -señoras de edad ya avanzada y descendientes del pueblo originario del lugar-, que vivían cerca y habían logrado confinarla en un sitio abandonado donde antiguamente había un cementerio en las inmediaciones del sector. Ellas la sellaron usando amuletos sagrados, que colgaron en los puntos norte, sur, este y oeste del lugar. De esa forma no sería capaz de escapar, pero de alguna forma, lo logró y las ancianas que habían logrado atraparla, ya estaban muertas.
La última vez que alguien comentó haberla visto fue hace dos años, aunque solo era un rumor. Mi abuela contaba que cualquier persona que viera al espíritu estaba destinada a morir en pocos días. Todo parecía tan loco que me causó un poco de risa. Pensaba “¿Qué es esto, el proyecto de la bruja de Blair?”.
Ya al atardecer, mi abuelo volvió, vino acompañado de una señora, según él, era una “curandera”, la única viva que quedaba en el sector. Tenían la esperanza de que podría ser capaz de hacerle frente.
Ella se presentó como “La Machi” y me entregó una página de diario enrollado, con hojas de algún tipo de árbol dentro, diciendo: "Tome esto y sosténgalo con fuerza". Entonces, ella con mi abuelo subieron por las escaleras para hacer algo. Me dejaron con mi abuela en la cocina de nuevo.
Quería ir al baño y mi abuela me siguió hasta allá, impidiéndome cerrar la puerta. Fue algo incómodo y realmente estaba empezando a asustarme con todo aquello.
Después de un rato, mi abuelo y la machi bajaron; luego me llevaron hasta el piso de arriba en dirección a mi cuarto. Las ventanas estaban todas cubiertas con diarios, hojas de árboles y amuletos de madera que emanaban aromas a eucalipto, pino y otros que no pude reconocer. En los cuatro rincones de la habitación había pequeños pocillos llenos de sal, y en el centro del cuarto mi abuelo dejó un crucifijo sobre una caja de madera. Además, dejaron un balde metálico en la habitación.
"¿Para qué sirve el balde?", Le pregunté.
"Eso es para que haga sus necesidades", respondió mi abuelo.
La machi me llevó hasta la cama y me pidió que me sentara. A continuación, me dijo: "Pronto el sol se va a ocultar, así que escuche con atención. Necesita permanecer en esa habitación hasta mañana por la mañana. No puede salir por ningún motivo hasta que sean las siete de mañana más o menos, cuando el sol ya haya salido. Su abuela y su abuelo no van a hablar con usted hasta que salga de este cuarto. Recuerde, no salga de la habitación por ningún motivo y -no hable con nadie-. Le van a avisar a sus papás de lo que está pasando”.
Habló con una voz tan seria que todo lo que pude hacer fue asentir con la cabeza.
"Debes seguir las instrucciones de ella al pie de la letra", decía mi abuelo. "Y no sueltes por nada el rollo de diario que ella te dio. Si sucede algo, rézale al crucifijo. Y asegúrate de cerrar bien la puerta cuando salgamos".
Ellos salieron hacia el pasillo y después de despedirnos, entré en mi habitación y cerré la puerta por dentro.
Encendí la TV para distraerme, pero todo esto me dejó tan nervioso que sentí que mi estómago estaba dando vueltas.
Mi abuela había dejado una bandeja con algunas frutas, unos pancitos con queso blanco y un jugo, pero no pude comer. Me sentía en una prisión; estaba muy asustado y deprimido. Los canales de televisión se veían medio borrosos, algo característico en las señales de campo de aquella época. Deseaba tener el teléfono celular de mi padre para llamar a alguien, pero él no estaba, además, la cobertura del sector era malísima. Entonces me acosté en la cama y, sin darme cuenta, me quedé dormido.
Desperté después de unas horas y miré el reloj: era la una de la mañana. De repente, comencé a sentir los aullidos de los perros.
"Auhhhhhh... auhhh, auhhhhg…".
Sonaban como lamentos, uno tras otro, como si estuvieran sufriendo por algo.
Me puse pálido mientras mi corazón se aceleraba por unos instantes. Ya en la desesperación, intenté calmarme, recordándome que los fantasmas no existen, que quizás era provocado por los pájaros. Probablemente el brillo de la luna los asusto. Subí el volumen de la televisión para no sentir el ruido, y eventualmente paró.
Fue entonces cuando escuché a mi abuelo llamándome.
"¿Está todo bien ahí dentro? ¿Estás bien? ", Preguntó. "Hijo, si estás muy asustado, entonces déjame entrar para acompañarte".
Sonreí y corrí hacia la puerta. Pero de repente me detuve, un escalofrío recorría todo mi cuerpo. Parecía la voz de mi abuelo, pero en cierta forma era diferente. No sabría explicarlo, pero estaba seguro que no era él.
"¿Qué estás haciendo?", Lo que parecía mi abuelo me preguntó. "Ya, ábreme la puerta".
De pronto un frío recorrió mi espalda. Miré a mi izquierda y la sal que estaba en los pocillos comenzaba a oscurecerse.
Me alejé de la puerta como pude, mientras mi cuerpo temblaba de miedo. Caí de rodillas frente al crucifijo y agarré con fuerza el rollo de diario, mientras balbuceaba desesperadamente por ayuda. Mi voz apenas se escuchaba.
"Por favor, sálvame de eso", susurré.
Fue entonces cuando escuché la voz desde el exterior:
"Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ..."
Los aullidos de los perros regresaron con más fuerza. El pánico se apoderó de mí y caí al suelo, preso del miedo frente al crucifijo, entre llantos y plegarias. Creí que el ruido despertaría a mis abuelos, pero nada de eso pasó. Los perros aullaban como si los lastimaran. Parecía que nunca terminaría; quería gritar y llorar, pero estaba totalmente en shock. Pasaban los minutos y las horas y el ruido que parecía detenerse por unos instantes, luego volvía con más fuerza, o al menos eso es lo que yo percibía. Deseaba estar en Santiago mientras mis manos tiritaban. Y fue así como pasé la noche, la más larga de mi vida.
Finalmente, el sol salió, la mañana llegó. Los ruidos habían desaparecido hace un par de horas. Al levantarme del suelo me di cuenta que la sal en los cuatro tazones se había vuelto negra, como alquitrán.
Miré mi reloj, ya eran las siete y media de la mañana y el brillo del sol ya se podía apreciar entre los diarios en la ventana. Con cuidado, abrí la puerta de mi habitación. Mi abuela y la machi estaban esperando a que yo saliera. Cuando me vio, mi abuela se derramó en lágrimas.
"Menos mal, estás vivo!" me dijo.
Descendimos por las escaleras cuando en eso veo a mi padre y mi madre sentados en la cocina, habían regresado anticipadamente de su viaje. Mi abuelo se acerca y dice: "¡Rápido, hay que salir!".
Fuimos por la puerta delantera y había un furgón azul esperando afuera de la casa. Varios hombres de la población estaban cerca de él, mirándome y susurrando entre ellos: "mira, ese es el niño…".
El furgón era ancho y tenía nueve asientos atrás. Ellos me colocaron en el centro, estaba rodeado de otros ocho hombres. La machi estaba en el asiento del conductor.
El hombre a mi izquierda bajó la cabeza para mirarme, y luego dijo: "Chico, estás en un tremendo problema. Sé que estás preocupado, pero por favor, durante el viaje, mantén la cabeza baja y los ojos cerrados. Nosotros no podemos verla, pero tú sí puedes. No abras los ojos hasta que lleguemos a destino y te pongamos a salvo. ¿Me entiendes? Mientras viajamos, no pueden hacer contacto visual tú y esa cosa”.
Mi abuelo iba en otro vehículo delante nuestro, mientras mi padre nos seguía en su propio vehículo. Cuando todos estaban listos, nuestra pequeña caravana partió. Viajábamos a velocidad normal, para no llamar la atención.
Pasado un rato, se levantó una repentina neblina matutina en el exterior. La machi al notar eso, nos comentó mientras conducía: "Pongan atención, parece que las cosas se van a complicar". Mientras seguíamos avanzando, ella comenzó a susurrar una plegaria.
Fue entonces cuando escuché aquella voz.
"Mo... Mo... Mo... Mo... Mo... Mo... Mo..."
Agarré el rollo de diario que la machi me había dado, mientras mantenía mi cabeza baja. Sin embargo, cometí un error, sin darme cuenta miré hacia la ventana.
Había un vestido blanco flotando al viento. Se movía junto con furgón. Era la llorona. Estaba afuera del vehículo, pero iba a la misma velocidad nuestra.
Entonces, súbitamente, acercó su cara a la ventana, miró hacia dentro y me vio.
"¡NO!", exclamé y agaché la cabeza a la altura de mis rodillas.
El hombre que iba al lado mío gritó: "¡TE DIJE QUE NO LA VIERAS!"
Inmediatamente oculté mi cara con mis brazos y piernas, y cerré mis ojos, lo más fuerte que pude, agarrando aún con más fuerza el rollo de diario.
Entonces, los golpes en el vehículo comenzaron.
(...) ... Tap ... Tap ... Tap ... Tap ...
La voz se hizo más y más fuerte.
"Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ..."
Los golpes se intensificaron por todas partes. Los hombres que me acompañaban estaban nerviosos y asustados, murmurando entre sí. Ellos no podían verla, pero sí podían escuchar los golpes. La machi aumentó las súplicas, lo que inicialmente era susurros, ahora sus plegarias parecían gritos. En su desesperación comenzó a subir la velocidad del vehículo e intentó adelantar el de mi abuelo para perderla, pero sus nervios hicieron que comenzara a perder el control; el auto comenzó a zigzaguear y casi provocó un accidente con los demás. La tensión en el furgón era insoportable, pero luego de unos segundos logró recuperar el control.
Después de un rato, los golpes cesaron, la neblina paró y la voz desapareció. La machi miró hacia atrás por el espejo retrovisor y nos dijo: "Creo que por ahora estamos seguros".
Todos respiraron aliviados. Finalmente el vehículo se detuvo a un lado de la carretera a la salida de Los Ángeles y nos bajamos. Los hombres me acompañaron al vehículo de mis padres, y mi madre me abrazó fuerte mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
Mi abuelo y mi padre fueron a agradecer a los hombres que me acompañaron, y luego todos ellos partieron. La machi vino a mi ventana y me pidió ver el rollo de diario que me había dado. Cuando lo abrimos, nos dimos cuenta que las hojas y la página estaban completamente negras.
"Creo que estás a salvo ahora", dijo. "Pero sólo para estar seguro, agarra eso por un tiempo." Y así, ella me dio un nuevo rollo de diario.
Después de todo eso, nos dirigimos hacia Concepción. Mi tío, enterado de la situación, nos acompañó hasta el aeropuerto y no me perdió de vista hasta que estuvimos dentro del avión. Cuando despegamos, pude ver el alivio en los rostros de mis padres.
Mi padre dijo que ya había oído hablar de la llorona. Cuando era niño, un amigo de su infancia había despertado el interés de aquel espíritu. El chico desapareció y nunca más fue visto.
Mi padre me dijo que había más personas que la habían visto y vivieron para contar la historia, incluyendo algunas hijas de las curanderas del sector. Todos huyeron de ese pueblo y se fueron a vivir a otras regiones del país; nunca más fueron capaces de regresar a su tierra natal,
Casi siempre escogía a niños como sus víctimas. La gente decía que era por la dependencia de éstos hacia sus familiares, lo que hacía más fácil engañarlos, haciéndose pasar por uno de sus parientes.
Mi padre me contó que aquellos hombres en la furgoneta eran parientes de sangre nuestros, y que por eso estaban sentados a mi alrededor, mientras mi padre y mi abuelo seguían en vehículos diferentes en la misma caravana. Era todo un intento de engañar a la llorona. Tomó un tiempo para que pudieran reunir a tantas personas, así que por eso necesitaba quedarme encerrado en mi cuarto.
Él me dijo que los amuletos, esos que la mantenían sellada, se quemaron por completo producto de los incendios que ocurrían durante los veranos y fue así que escapó.
Quedé helado. Solo quería volver pronto a Santiago.
Todo esto sucedió hace más de quince años, y no he visto a mis abuelos desde entonces. Nunca más tuve el valor de poner los pies en la región del Biobío, mucho menos en Los Ángeles. Todo lo que podía hacer era llamar de vez en cuando, hablar por teléfono.
Con el paso de los años, intenté convencerme a mí mismo que todo fue una estúpida sugestión colectiva, basada en una tonta leyenda de campo. Pero a veces, la duda invadía mi cabeza.
Mi abuelo falleció hace dos años. Incluso durante su enfermedad, nunca quiso que lo visitase, dejando instrucciones claras para que yo no fuese a su funeral. Fue todo muy triste y difícil para mí.
Mi abuela me llamó hace unos días. Me contó que fue diagnosticada con una enfermedad grave, que probablemente ya no le quedaba mucho tiempo; me extrañaba y quería verme una última vez en la vida.
"¿Estás segura, abuela?" Le pregunté. "¿De verdad?".
"Hijo, esto pasó hace más de quince años", ella decía. "Ya ha pasado bastante tiempo. Usted ya es un hombre grande, un adulto ahora, estoy segura de que no habrá problemas".
"Pero ... ¿Y en cuanto a la llorona?" Dije.
Por un momento hubo silencio del otro lado de la línea, y entonces oí una voz gruesa y lastimosa, diciendo:
"Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ... Mo ...".
- Adaptado de un relato oriental.